¿Quién Cuenta la Historia?

¿Quién Cuenta la Historia? Testigo Versus Espacio

Shaydon Ramey

(Wittenberg University)

 

¿Cómo comprobamos que lo que recordamos realmente pasó? Un recuerdo no es algo fijo, algo fiable. Es una mezcla de lo real y lo imaginario, una fantasía que creamos porque no nos acordamos de todos los detalles. Pero si no podemos confiar en nuestros recuerdos, ¿cómo podemos creer lo que sabemos de la historia? ¿No es esta la colección sistematizada de muchos hechos del pasado que forman algo más amplio? Parece un problema muy grave, pero con mucho trabajo, es posible «desbrozar lo anterior de lo imaginario» (Ricoeur, 25).

Hay varias etapas en el proceso de descubrir la verdad. Según Ricoeur, un testimonio personal nos insiste en que el testigo nos dice «aquello existió». Pero no es tan simple; es un proceso tripartito. Primero, el testigo nos dice «yo estuve allí». Si no hubiera estado, no podría compartir este testimonio. Por eso, nos ruega el testigo que le creamos. Esta es la segunda parte del proceso: «créeme». Pero debido a la «paradoja original», siempre dudamos; no sabemos lo que es real y lo que es imaginario. Esto nos guía a la última parte del proceso. El testigo, después de rogarnos que le creamos, agrega «si no me crees, pregúntale a otro» (Ricoeur, 26-27). Esa es la parte más importante del proceso si queremos encontrar lo real de un recuerdo: hay que comparar muchos testimonios para ver lo que todos experimentaron mutualmente y lo que es la imaginación propia del testigo.

En el artículo Entre memoria e historia: La problemática de los lugares, Pierre Nora plantea la idea de Les Lieux de Mémoire (1989), los lugares de memoria. Estos son lugares que son importantes porque «no hay más medios de memoria» (Nora, 1). Se parece mucho a la idea planteada por Ricoeur: «[e]l recuerdo implica la presencia de una cosa que está ausente» (25). Algo que no existe ahora no se puede comprobar sólo por verlo; por eso, tenemos que usar los testimonios de los que lo experimentaron, tenemos que recordar por medio de la evidencia física que ha sobrevivido, incluso los lugares que formaron parte del suceso.

Aunque los dos pensadores abordan el mismo problema, la ausencia de lo que existió, se enfocan de distintas maneras en resolver el problema. Mientras Ricoeur dispone de los testimonios personales para reconstruir el pasado, Nora quiere usar los lugares y la información contenida dentro de ellos para formar una historia verdadera. La novela Una sola muerte numerosa (2007) de Nora Strejilevich explica la dictadura argentina por medio de su testimonio personal y los testimonios de otras víctimas, pero ella también incluye mucha información sobre los lugares que fueron muy importantes durante la dictadura. ¿Entonces, en esta dialéctica, qué es más importante, el testigo o los lugares?

A lo largo de su novela, Nora cuenta su historia personal. Sin embargo, no es solamente una autobiografía que explica su vida. Ella quería escribir la historia de lo indecible del horror de la dictadura desde la perspectiva de una víctima, una sobreviviente y también la hermana de una víctima. Esta historia no es personal; es la historia de todas las víctimas, de todos los sobrevivientes y de todos los familiares de víctimas. Es obvio que ella estuvo allí, pero ella también quiere incluir los testimonios de varias otras personas para verificar lo que ella escribió. La historia oficial también juega un rol importante. Ella la incluye por medio de citas de informes como Nunca Más y CONADEP, los cuáles nos entregan las cifras de lo que pasó. Son más impersonales que los testimonios personales como el de Nora, pero también son muy importantes. Para legitimar de una manera experiencial y atarlos a un espacio, pues ella decide describir los espacios que rodearon a cada uno de los sucesos en cada uno de los testimonios. Al agregar más y más información impersonal, ella se desprende del libro para  convertirlo en un lugar de memoria. La novela misma se hace la ruina, el espacio que «atestigua».

Nora es muy buena historiadora: sabe construir una historia verdadera para el lector a punta de ficcionalizar, seleccionar y ordenar hechos o sus registros y documentos. Aunque el libro es muy fragmentario y no cuenta una historia cronológica o lineal, hay una estrategia. Escrito como un flujo de conciencia, entre sus historias personales, ella incluye otros testimonios. Utiliza los testimonios familiares como las historias de su hermano, los testimonios de la cárcel y la tortura que sufrieron muchas victimas y también los testimonios de los lugares, explicaciones del espacio para detallar vívidamente lo que experimentaron las víctimas.

Estos otros testimonios no son incluidos por casualidad. Siempre son testimonios relacionados con lo que cuenta Nora en esa sección. Sabe que su testimonio no basta ni para el lector ni para ella misma; es necesario que otros testimonios clarifiquen y verifiquen lo que ella plantea. Por ejemplo, en la sección llamada «K-48», Nora describe su encarcelamiento por parte del gobierno. Sin embargo, no es solamente su historia personal de ser llamada K-48 y tener que recordar este nombre para no ser torturada más. Incluye en cursiva otro testimonio muy parecido al de Nora. Ella pide que creamos su historia porque ella estuvo allí, pero si no lo creemos, ella ya ha dado confirmación por medio de este otro testimonio (42-43). Y si no basta con ver todos estos testimonios, Nora, como buena historiadora, nos da una bibliografía con los nombres de cada testigo y cada fuente de información que utilizó al escribir la novela. Un solo testimonio no basta; hay que tener varios que se concuerden para que haya una historia verosímil.

Pero los lugares son tan importantes, si no más importantes, que los testimonios personales porque no tienen que legitimarse; se puede ver los resultados de lo que pasó al edificio o dentro de él. Es muy difícil, sin verificación, creer que todas las atrocidades de la dictadura realmente pasaron, pero los lugares existentes funcionan como un «testigo vivo» que puede verificar estas atrocidades. Los espacios situados siempre actúan como un detonante del trabajo de memoria. Cada vez que ella vuelve físicamente a uno de estos espacios, también vuelve psíquicamente, sea un ascensor (donde ella sufrió violencia sexual [23]) o su casa (donde permanecen los recuerdos infantiles de su hermano, Gerardo [17-18], pero también el recuerdo de su secuestro por los militares [13-14]).

El lugar más importante sobre el que Nora escribió es el Club Atlético[i]. Nora estuvo prisionera en este campo de concentración y muchos malos recuerdos están relacionados con este «pozo» (Strejilevich, 72). Pero años después de la dictadura, no existe un Club Atlético para recordar todo lo que le pasó. «Era un club y es un camino, flor de simbolismo, ¿no? Lo tiraron abajo pero abrieron un camino» y lo único que se queda es una señal que dice «Acá funcionó el Club Atlético» (Strejilevich, 148). Y ella sabe que la ausencia del edificio impide que él baste como testigo; ella tiene que buscar y agregar sus recuerdos para que el testimonio del edificio tenga valor.

Los edificios no son los únicos lugares de memoria. Yo creo que otro lugar de memoria sumamente importante es el cadáver. 30.000 personas desaparecieron en Argentina durante la Guerra Sucia, y hasta hoy sólo se han encontrado 9.000 de ellas. Nora menciona este problema en su novela: «Al final no sé si los desaparecidos somos, estamos, fuimos o estuvimos, pero seguro que tendremos que probarlo» (134). En el párrafo siguiente, algún testigo nos cuenta que no hay información sobre su encarcelamiento, su desaparición. Sin esa información, nunca desapareció según el Estado y no puede recibir ninguna reparación por el trauma que sufrió a manos de los milicos. Los cadáveres de las víctimas proveen la verdad de qué le pasó a cada víctima después de que desapareció. Es una fuente de información muy distinta de la del testigo; no leemos un testimonio escrito u oímos un testimonio oral, sino vemos el resultado de lo que aconteció.

Nora se pregunta, «¿[p]or qué la destrucción del cuerpo?» (133), pero Ricoeur ofrece una respuesta: «[L]a ambición histórica no es la exaltación de lo que verdaderamente pasó sino su anulación» (3). El Estado tomó medidas para que nunca se encontraran. Lanzaron los cadáveres en el Río de la Plata y el Atlántico para que los cangrejos y los peces pudieran comer los restos antes de que alguien los buscara. De la misma manera, quemaron documentos que probaron la desaparición, tortura y muerte de los desaparecidos. Los culpables sabían que su destino podía ser determinado por el cadáver de cualquiera de las víctimas, y hacían todo lo que podían para asegurarse de que no habría ninguna evidencia de sus crímenes. Un documento se puede quemar para borrar la información; la misma situación ocurre cuando el cadáver de una víctima desaparece. El testigo físico no está y sólo tenemos el hecho de su ausencia para un testimonio.

A causa de esta ausencia, alguien tiene que contar la historia de los desaparecidos y de los muertos. Es importante que esta información se conozca y que el mundo pueda aprender de ella. Nora es lo que el filósofo francés Jacques Derrida llama «[la] portavoz viv[a], [la] intérprete fiel, [la] portavoz que viene para apoyar a[l] muerto y representar su palabra, su pertenencia, su tesis e incluso su fe» (52). Aunque ella cuenta su historia propia por medio de su novela, se aleja de la historia. Ella se hace la portavoz de cada víctima, pero también cuenta su propia historia desde la perspectiva ajena. Escribe como si Nora Strejilevich fuera otra víctima que ella hubiera entrevistado. Esta distancia con su propia historia la hace más creíble y también le da al lector la confianza de que todos los testimonios, propios y ajenos, son creíbles.

En palabras de Derrida, «la objetividad del historiador, del archivero, del sociólogo, del filólogo, la referencia a temas y a conceptos estables, la relativa exterioridad respecto al objeto, en particular respecto a un archivo determinado como ya dado, en el pasado, o en todo caso, solamente incompleto, determinable y, por tanto, terminable en un porvenir» (59).

Debemos interpretar los relatos hechos del pasado desde una perspectiva futura. Se proyectan hacia el futuro, pero es importante que se cuenten objetivamente porque hay que poder interpretarlos bien en el futuro. El pasado no está completo hasta que se analice en el futuro. Por eso, estas formas de archivo – el testimonio, el espacio y el cuerpo – son muy importantes, no sólo para el pasado y la historia, sino también para el presente, el presente que es el futuro respecto al hecho que se estudia.

Ludmila da Silva Catela define el archivo como «el espacio que resguarda la producción, organización y conservación de objetos … que dejan constancias, documentan, ilustran las acciones de individuos, familias, organizaciones y dependencias del Estado» (198) y dice que «[l]a atracción y la repulsión que producen esos papeles se deben … a que la mayor parte de sus implicados, víctimas y victimarios, o sus familiares directos, todavía están vivos» (210). La memoria está viva como las víctimas y los victimarios, y por eso es una memoria abierta. Hay que invitar que los afectados vengan a completar los archivos, porque sin sus testimonios personales, la información y la memoria no se completan y habrá huecos que nunca se llenan. De la misma manera, los lugares dejan una memoria viva y abierta y hay que volver a estos sitios para que se complete esta memoria. Nora lo hace al fin de su novela cuando ella vuelve al antiguo sitio del Club Atlético para sacar fotos y en general para tratar de provocar recuerdos relacionados con el lugar. Ella visita el sitio del antiguo Club Atlético porque ella quiere evocar los recuerdos que tal vez haya reprimido. La visión de estos lugares de memoria que le afectaron tanto la vida es muy poderosa y hace resurgir muchos sentidos fuertes negativos de su experiencia. Ella dice que quiere «desquitar[se] de este paisaje inasible, sin puntos de referencia, duplicando ángulos, curvas, planos que invoquen un recuerdo» (Strejilevich, 148). Las fotografías que ella saca le van a ayudar a preservar los recuerdos que surgen cuando ella ve estos paisajes horrorosos. Ella necesita contemplar estos malos recuerdos durante mucho tiempo para que pueda comprobar a ella misma que todo pasó de verdad y para que pueda reconciliarse con el pasado terrible y poder seguir viviendo una vida normal en el futuro. Ella también espera que estas fotografías puedan ser otro archivo que visiten otras víctimas y que les ayuden a dejar de revivir cada día el pasado y poder vivir liberados en el presente y tener ganas de continuar al futuro.

Dado que todas las personas relacionadas con el archivo, es decir, con la novela de Nora, están vivas, tiene mucha importancia en el presente. Aunque ellos tengan problemas de contar sus propias historias, la novela de Nora cuenta la historia para todos y de todos. Ella comparte con el mundo la información que ellos no pueden a causa del trauma que sufrieron. Como dice Catela, estos archivos que hablan para los torturados «permiten … legitimar las memorias lastimadas de aquellos que sufrieron la persecución, la cárcel en los centros clandestinos de detención, la tortura, la muerte y la desaparición» (210). Dan la voz a aquellos que la han perdido, a aquellos que tienen dificultades de usarla para compartir su sufrimiento con otras personas. Sin poder compartir la experiencia, no podría posible que ellos derroten los problemas psíquicos resultantes.

Además de la importancia concreta de esta información, es importante que el mundo sepa en el presente lo que pasó para evitar que los sucesos de la Guerra Sucia vuelvan a pasar. Catela explica bien la importancia de los documentos para el futuro: «generan acciones pedagógicas sobre la intolerancia, la tortura, el totalitarismo político, etc.» (214). La historia es más que una colección de acontecimientos y cifras que explican lo que ha pasado; es también la guía para evitar la repetición de catástrofes y de guerras. Muchos políticos, historiadores y sociólogos estudian la historia y los patrones de comportamiento para predecir tales problemas y para poder prevenirlos. Los archivos bien hechos ayudan a comparar las causas y las reacciones de guerras y masacres anteriores, y pueden usar esta información para formar su propio archivo que explica los signos de que vaya a pasar otra vez y cómo se la previene. Los archivos abiertos se quedan y esperan que alguien les complete con más información. Catela invita a todas las víctimas y todos los que conocen a las víctimas a venir a su museo, el Archivo de la Memoria de la Providencia de Córdoba, para que completen estos archivos abiertos. Ella y su museo tratan de hacer el mismo trabajo como Nora con su novela. Si no hubiera autores como Nora, si no hubiera historiadores que recolectan información sobre estos sucesos como Catela, nunca sabríamos hacer un mejor mundo. Siempre volveríamos a cometer los mismos errores y nunca habría ningún progreso. Si nadie ofreciera su testimonio, las acciones pedagógicas de las que habla Catela no existirían y nunca podríamos aprender ni beneficiarse de los sucesos traumáticos del pasado.

Sin embargo, el hecho de que el pasado no se comprende hasta el futuro «debería asimismo recordarnos el carácter necesariamente hipotético y lleno de lagunas de nuestras reconstrucciones» (Derrida 59). Aunque hay patrones que se pueden estudiar y hay la posibilidad de predecir lo que podría pasar, no es concreto; es hipotético, y cada persona va a reconstruir e interpretar el futuro de manera distinta. Ni los científicos ni los ciudadanos que fueron afectados por la dictadura saben claramente cómo evitar que se repita. Muy pocas personas conocían personalmente a los oficiales que mandaron sus muertes o sus encarcelamientos. Por eso, no saben cómo eran y cómo identificar a otra tal persona. Nora nunca conoció a los líderes del país; sólo conoce los resultados de sus acciones y decisiones. Pero ella espera que alguien que sí conocía a los poderosos lea su novela y la use en conjunto con su conocimiento personal para predecir y prevenir que se repita la historia.

Nora, con su novela, intenta contar esta historia escondida por el Estado. Ella colecciona toda la información disponible y todas sus experiencias personales para formar la historia más amplia posible porque ella sabe que el Estado no va a admitir lo que ha hecho hasta que muera la mayoría de los que vivían durante la dictadura y por eso hasta que nadie quede para castigar a los culpables. Para el Estado, lo importante no es la verdad o que la gente conozca su propia historia; lo importante es que la memoria viviente sea una memoria del pasado y que no pueda afectar directamente a los que aún vivan, los responsables en particular.

Nuestra memoria es muy frágil, y es muy fácil olvidar hechos muy importantes. Pero hay que luchar contra este problema para saber la verdad, para saber qué pasó y qué es la historia. No queremos solamente una historia oficial, que anula lo verdadero. Queremos una historia real que surge de los testimonios personales y las referencias cruzadas de dichos testimonios. Una historia en proceso. Debemos tomar en cuenta los lugares que acogen la memoria, que guardan la memoria, que son la memoria.

Nora Strejilevich se hizo historiadora  y su novela es un mapa que nos lleva por los lugares materiales e imaginarios de esa cartografía del horror que fue Guerra Sucia y la dictadura militar en Argentina. Todos debemos esforzarnos por recordar, porque «[e]l deber de memoria hace de cada uno el historiador de sí mismo» (Ricoeur 11).

Bibliografía

Catela, Ludmila da Silva. El Mundo de los Archivos. 195-219.

Derrida, Jacques. Mal de Archivo: Una impresión freudiana. 41-88.

Nora, Pierre. Entre memoria e historia: La problemática de los lugares. 1989.

Ricoeur, Paul. “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico.” ¿Por qué recordar? Buenos Aires: Granica, 2007. 24-28.

Strejilevich, Nora. Una sola muerte numerosa. Córdoba: Alción Editora, 2007.

 

Notas:


[i] Lugar de represión ubicado en el sur de Buenos Aires

 

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