REALISMO

EL REALISMO

A mediados del siglo xix, el romanticismo todavía conservaba su vigor en Hispanoamérica; en cambio, en Europa ya había sido sustituido por el realismo. Reaccionando contra el tono exaltado del romanticismo, el realismo se apegaba a la verosimilitud. En vez de buscar temas exóticos, el autor realista examinaba el mundo que lo rodeaba. Se interesaba en los problemas cotidianos de sus vecinos, los que generalmente pertenecían a la clase media. La figura máxima del realismo fue Honorato de Balzac, quien igual que sus correligionarios, Dickens en Inglaterra y Pérez Galdós en España, quiso hacer un esbozo panorámico de la nueva sociedad que iba surgiendo a raíz de la Revolución industrial y de la Revolución francesa.

Rechazando a los protagonistas heroicos del romanticismo, el autor realista escogía los tipos más interesantes de la clase media y generalmente los caricaturizaba. Al observar la sociedad con los mismos ojos que Cruikshank y Daumier, los autores veían a sus personajes como la encarnación de ciertos rasgos de carácter: el bondadoso, el tacaño, el ingenuo, el chismoso, el “torcido” y el dichoso. A tal extremo llegó la predilección por los tipos caricaturescos que se convirtió en base de un género independiente, el artículo de costumbres.

El protagonista realista raras veces tiene complejidad psicológica. Casi nunca evoluciona dentro de la obra y toda su actuación refuerza el tipo que el autor quiere presentar, de manera que el conflicto no se libra dentro del personaje sino entre dos personajes, o más, que representan distintos sectores de la población.

Uno de los temas predilectos de los realistas hispanoamericanos era la oposición de la bondad campestre a la maldad urbana. Aunque el desenlace podía no ser feliz, las descripciones detalladas del medio ambiente, fuera el campo o la ciudad, creaban cierta impresión pastoril. Debido al número muy reducido de grandes ciudades cosmopolitas, los personajes caricaturescos se encontraban, por regla general, en las aldeas o en el campo. Criados con las lecturas de Larra y Mesonero Romanos, los autores realistas a menudo se burlaban de sus personajes.

Aunque el realismo se estrenó en Hispanoamérica a mediados del siglo xix con Alberto Blest Gana (1830-1920), no llegó a su apogeo hasta fines del siglo. Los tres cuentistas que se han escogido como representantes de ese movimiento nacieron por lo menos veinte años después de Blest Gana: José López Portillo y Rojas (1850-1923), Tomás Carrasquilla (1858-1940) y Manuel González Zeledón (1864-1936). Por eso se nos dificulta la clasificación. Es decir, que al mismo tiempo que florecía el realismo en Hispanoamérica, existían simultáneamente otros dos movimientos que en Europa ya lo habían remplazado: el naturalismo y el modernismo. Sin embargo, en las obras realistas de Hispanoamérica no se nota tanto la influencia naturalista ni la modernista, sino la romántica que perduró a través de todo el siglo xix. Así es que con toda razón Joaquín Casalduero se refiere en sus conferencias al “realismo sentimental”, mientras Fernando Alegría lo llama el “realismo romántico”. [1]

A pesar de la amplia producción de cuentos realistas en Hispanoamérica, el género todavía no se definió muy bien. Algunos cuentos realistas lindan peligrosamente con la novela corta, en tanto que otros se asemejan mucho al artículo de costumbres. De todos modos, el realismo, más que el romanticismo, el naturalismo y el modernismo, despertó el interés en temas netamente americanos, que había de constituir la base de la literatura ya madura del siglo xx.


[1] Fernando Alegría. Breve historia de la novela hispanoamericana, México: Studium, 1959, p. 53.

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