MODERNISMO

EL MODERNISMO

En el desarrollo del cuento, el modernismo hizo una contribución primordial. En cuanto a la novela, su función principal fue enriquecer la prosa para las generaciones siguientes. Se escribieron pocas novelas modernistas y de ésas sólo alguna que otra merece recordarse. En cambio, el cuento fue cultivado por los modernistas durante cuarenta años, 1880-1920, y se produjeron algunas verdaderas joyas literarias.

Aunque el modernismo fue artísticamente una reacción contra el romanticismo, el realismo y el naturalismo, en Hispanoamérica se da el fenómeno de la coincidencia de los cuatro movimientos. Los románticos rezagados siguieron escribiendo hasta fines del siglo xix, mientras que los realistas y los naturalistas no llegaron a su apogeo hasta después del triunfo del modernismo.

El rasgo fundamental de este movimiento era la primacía que se daba a la sensibilidad artística; de ahí se derivaba tanto su temática como su estilo. En su afán de crear el arte por el arte, los modernistas rechazaron las historias sentimentales y los episodios melodramáticos de los románticos; los cuadros demasiado localizados de los realistas; y los estudios demasiado “científicos” y feos de los naturalistas. El héroe modernista era el artista (o sencillamente el hombre) sensible incapacitado por la sociedad burguesa que lo rodeaba. Los modernistas sentían asco ante la barbarie de sus compatriotas y se refugiaban en un mundo exótico. Muchos abandonaron la patria mientras otros buscaron el escape en la torre de marfil elevada en la propia azotea. Su ideal era Francia, la Francia versallesca del siglo xviii. A través de ella, los modernistas aprendieron a entusiasmarse por el ideal griego y por la finura oriental. El exotismo no tenía límites: la Italia renacentista, el Bizancio medieval y la Alemania de los dioses wagnerianos.

La base del estilo modernista era la sinestesia o la correspondencia de los sentidos. La prosa dejó de ser sólo un instrumento para narrar un suceso. Tenía que ser bella: su paleta de suaves matices tenía que agradar al ojo; su aliteración, su asonancia, sus efectos onomatopéyicos y su ritmo constituían una sinfonía que deleitaba al oído; sus mármoles y telas exóticas daban ganas de extender la mano; mientras los perfumes aromáticos, los vinos y manjares deliciosos excitaban los sentidos del olfato y del gusto. Para lograr estos efectos, los modernistas se vieron obligados a echar mano al neologismo, inventando palabras de raíz castellana y apropiándose de palabras extranjeras, y a probar símiles y metáforas nuevos.

La influencia extranjera no se limitaba a los nuevos vocablos. Los modernistas, siendo cosmopolitas, se identificaban con sus correligionarios por todo el mundo. Se reunían tanto en los cafés de Buenos Aires como en los de París. Sus revistas literarias, que desempeñaron un papel fundamental, publicaron obras de autores franceses, italianos, españoles, portugueses, alemanes, ingleses y norteamericanos. Además de su deuda con los parnasianos y simbolistas franceses, los modernistas también sentían una gran admiración por artistas tan diversos como Walt Whitman, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Richard Wagner y D’Annunzio.

La guerra de 1898 entre España y los Estados Unidos sacudió violentamente el modernismo, pero aún le quedaba bastante ímpetu para reformarse. Todo lo exótico comenzó a ceder paso a un autoanálisis personal y continental (no se pensaba todavía en términos nacionales) o a un descubrimiento del paisaje americano. Muertos los iniciadores, [1] a excepción de Rubén Darío (1867-1916), la segunda generación modernista dio nuevo vigor al movimiento con una mayor variedad temática y estilística en la poesía de Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), Amado Nervo (1870-1919), Leopoldo Lugones (1874-1938), Julio Herrera y Reissig (1875-1910), José Santos Chocano (1875-1934) y Rafael Arévalo Martínez (1884-1975); y con la elaboración de su filosofía en los ensayos artísticos de José Enrique Rodó (1871-1917).

Aunque la mayoría de los modernistas se expresaron principalmente en verso, la evolución de todo el movimiento se perfila en la siguiente serie de cuentos artísticos.


[1] José Martí (1853-1895), Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), Julián del Casal (1863-1893) y José Asunción Silva (1865-1896).

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