CRIOLLISMO

EL CRIOLLISMO

La prosa narrativa de Hispanoamérica llegó a madurarse entre las dos guerras mundiales. En los treinta años después del fin de la primera Guerra Mundial, se aumentó muchísimo la producción de cuentos y novelas de alta calidad. El tema solía ser netamente americano y el estilo también tenía un fuerte sabor americano.

El impulso primordial de estas obras provino de la ansiedad de los autores de conocerse a sí mismos a través de su tierra. La primera Guerra Mundial destruyó la ilusión de los modernistas de que Europa representaba la cultura frente a la barbarie americana. La intervención armada y económica de los Estados Unidos en Latinoamérica contribuyó a despertar la conciencia nacional de los jóvenes literatos. Los criollistas ubicaban sus novelas y sus cuentos en las zonas rurales donde vivían los representantes más auténticos de la nación: el campesino mexicano, el llanero venezolano, el indio peruano, el guajiro cubano y el jíbaro puertorriqueño. En la primera etapa del criollismo, 1915-1929, predomina el tema de civilización contra barbarie en que el hombre culto de la ciudad se enfrenta al atraso y a la violencia de la zona rural como en Los caranchos de la Florida (1916) del argentino Benito Lynch (1885-1951) o en Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969). En cambio, en las obras criollistas de 1930-1945, la crisis económica de 1929, con la popularidad subsiguiente de las ideologías izquierdistas, intensificó la protesta social dirigida contra los explotadores “civilizados” de la ciudad, tanto nacionales como extranjeros: Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge Icaza (1906-1978) y El indio (1935) del mexicano Gregorio López y Fuentes (1897-1966). Como si las mismas condiciones no bastaran para engendrar estas obras, algunos de los autores se inspiraron en los gritos lanzados por Dos Passos en U. S. A. y por Steinbeck en Las uvas de la ira, lo que marcó la primera influencia decisiva de novelistas estadounidenses en Latinoamérica. Paralelamente se desarrolla el muralismo nacionalista en México (Rivera, Orozco, Siqueiros), en el Ecuador (Guayasamín), en el Brasil (Portinari) y en los Estados Unidos (Thomas Hart Benton y John S. Curry).

Aunque el criollismo, igual que los ismos anteriores, imperó en todos los países hispanoamericanos, cada uno de éstos llegó a definir su propia personalidad. En este sentido sobresalieron dentro del criollismo: 1) La novela y el cuento de la Revolución Mexicana con su estilo épico (vigoroso, rápido y poético a la vez), el predominio del nombre anónimo y la poca importancia dada a la naturaleza; 2) El carácter proletario de la prosa ecuatoriana con su realismo desenfrenado, su lenguaje crudo y el uso desmesurado del dialecto —todo eso sin dejar de ser artística; 3) La brevedad y la perduración del costumbrismo y la combinación de la literatura y la pintura en algunos cuentistas de la América Central: el salvadoreño Salvador Salazar Arrué, Salarrué (1899-1975), los costarricenses Max Jiménes (1900-1947) y Carlos Salazar Herrera (1906) y el panameño José María Núñez (1894- ); y por otra parte el antimperialismo como tema vigente, sobre todo entre los novelistas de esos mismos países: el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974), el nicaragüense Hernán Robleto (1895-1968) y el costarricense Carlos Luis Fallas (1911-1966); 4) La prosa ampulosa y brillante de varios países del Caribe: Colombia, Venezuela, República Dominicana y Cuba; 5) La importancia del individuo, el detallismo y el ritmo lento de la prosa chilena.

Dentro del criollismo se cultivaron con igual empeño la novela y el cuento. Varios autores como Rómulo Gallegos y Gregorio López y Fuentes se estrenaron débilmente en el cuento antes de lograr más éxito artístico en la novela. En cambio, otros se dedicaron exclusivamente al cuento o sus cuentos superan a sus novelas: Horacio Quiroga, Ventura García Calderón, Salarrué y Juan Bosch.

Aunque el criollismo comenzó a perder su fuerza como movimiento preponderante a partir de 1945, continuó influyendo durante la década siguiente.

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