Semana 10

Semana 10: EL NEORREALISMO
Octubre 27 & 29: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Octubre 27: LA PRODIGIOSA TARDE DE BALTAZAR

Octubre 29: LA MUJER QUE LLEGABA A LAS SEIS

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Octubre 27: LA PRODIGIOSA TARDE DE BALTAZAR

La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se formó un tumulto frente a la casa, y Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpintería.

—Tienes que afeitarte —le dijo Úrsula, su mujer—. Pareces un capuchino.

—Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Baltazar.

Tenía una barba de dos semanas, un cabello corto, duro y parado como las crines de un mulo, y una expresión general de muchacho asustado. Pero era una expresión falsa. En febrero había cumplido 30 años, vivía con Úrsula desde hacía cuatro, sin casarse y sin tener hijos, y la vida le había dado muchos motivos para estar alerta, pero ninguno para estar asustado. Ni siquiera sabía que para algunas personas, la jaula que acababa de hacer era la más bella del mundo. Para él, acostumbrado a hacer jaulas desde niño, aquél había sido apenas un trabajo más arduo que los otros.

—Entonces repósate un rato —dijo la mujer—. Con esa barba no puedes presentarte en ninguna parte.

Mientras reposaba tuvo que abandonar la hamaca varias veces para mostrar la jaula a los vecinos. Úrsula no le había prestado atención hasta entonces. Estaba disgustada porque su marido había descuidado el trabajo de la carpintería para dedicarse por entero a la jaula, y durante dos semanas había dormido mal, dando tumbos y hablando disparates, y no había vuelto a pensar en afeitarse. Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada. Cuando Baltazar despertó de la siesta, ella le había planchado los pantalones y una camisa, los había puesto en un asiento junto a la hamaca, y había llevado la jaula a la mesa del comedor. La contemplaba en silencio.

—¿Cuánto vas a cobrar? —preguntó.

—No sé —contestó Baltazar—. Voy a pedir treinta pesos para ver si me dan veinte.

—Pide cincuenta —dijo Úrsula—. Te has trasnochado mucho en estos quince días. Además, es bien grande. Creo que es la jaula más grande que he visto en mi vida.

Baltazar empezó a afeitarse.

—¿Crees que me darán los cincuenta pesos?

—Eso no es nada para don Chepe Montiel, y la jaula los vale —dijo Úrsula—. Debías pedir sesenta.

La casa yacía en una penumbra sofocante. Era la primera semana de abril y el calor parecía menos soportable por el pito de las chicharras. Cuando acabó de vestirse, Baltazar abrió la puerta del patio para refrescar la casa, y un grupo de niños entró en el comedor.

La noticia se había extendido. El doctor Octavio Giraldo, un médico viejo, contento de la vida pero cansado de la profesión, pensaba en la jaula de Baltazar mientras almorzaba con su esposa inválida. En la terraza interior donde ponían la mesa en los días de calor, había muchas macetas con flores y dos jaulas con canarios.

A su esposa le gustaban los pájaros, y le gustaban tanto que odiaba a los gatos porque eran capaces de comérselos. Pensando en ella, el doctor Giraldo fue esa tarde a visitar a un enfermo, y al regreso pasó por la casa de Baltazar a conocer la jaula.

Había mucha gente en el comedor. Puesta en exhibición sobre la mesa, la enorme cúpula de alambre con tres pisos interiores, con pasadizos y compartimientos especiales para comer y dormir, y trapecios en el espacio reservado al recreo de los pájaros, parecía el modelo reducido de una gigantesca fábrica de hielo. El médico la examinó cuidadosamente, sin tocarla, pensando que en efecto aquella jaula era superior a su propio prestigio, y mucho más bella de lo que había soñado jamás para su mujer.

—Esto es una aventura de la imaginación —dijo. Buscó a Baltazar en el grupo, y agregó, fijos en él sus ojos maternales—: Hubieras sido un extraordinario arquitecto.

Baltazar se ruborizó.

—Gracias —dijo.

—Es verdad —dijo el médico. Tenía una gordura lisa y tierna como la de una mujer que fue hermosa en su juventud, y unas manos delicadas. Su voz parecía la de un cura hablando en latín—. Ni siquiera será necesario ponerle pájaros —dijo, haciendo girar la jaula frente a los ojos del público, como si la estuviera vendiendo—. Bastará con colgarla entre los árboles para que cante sola. —Volvió a ponerla en la mesa, pensó un momento, mirando la jaula, y dijo:

—Bueno, pues me la llevo.

—Está vendida —dijo Úrsula.

—Es del hijo de don Chepe Montiel —dijo Baltazar—. La mandó a hacer expresamente.

El médico asumió una actitud respetable.

—¿Te dio el modelo?

—No —dijo Baltazar—. Dijo que quería una jaula grande, como ésa, para una pareja de turpiales.

El médico miró la jaula.

—Pero ésta no es para turpiales.

—Claro que sí, doctor —dijo Baltazar, acercándose a la mesa. Los niños lo rodearon—. Las medidas están bien calculadas —dijo, señalando con el índice los diferentes compartimientos. Luego golpeó la cúpula con los nudillos, y la jaula se llenó de acordes profundos.

—Es el alambre más resistente que se puede encontrar, y cada juntura está soldada por dentro y por fuera —dijo.

—Sirve hasta para un loro —intervino uno de los niños.

—Así es —dijo Baltazar.

El médico movió la cabeza.

—Bueno, pero no te dio el modelo —dijo—. No te hizo ningún encargo preciso, aparte de que fuera una jaula grande para turpiales. ¿No es así?

—Así es —dijo Baltazar.

—Entonces no hay problema —dijo el médico—. Una cosa es una jaula grande para turpiales y otra cosa es esta jaula. No hay pruebas de que sea ésta la que te mandaron hacer.

—Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—. Por eso la hice.

El médico hizo un gesto de impaciencia.

—Podrías hacer otra —dijo Úrsula, mirando a su marido. Y después, hacia el médico—: Usted no tiene apuro.

—Se la prometí a mi mujer para esta tarde —dijo el médico.

—Lo siento mucho, doctor —dijo Baltazar—, pero no se puede vender una cosa que ya está vendida.

El médico se encogió de hombros. Secándose el sudor del cuello con un pañuelo, contempló la jaula en silencio, sin mover la mirada de un mismo punto indefinido, como se mira un barco que se va.

—¿Cuánto te dieron por ella?

Baltazar buscó a Úrsula sin responder.

—Sesenta pesos —dijo ella.

El médico siguió mirando la jaula.

—Es muy bonita —suspiró—. Sumamente bonita.

Luego, moviéndose hacia la puerta, empezó a abanicarse con energía, sonriente, y el recuerdo de aquel episodio desapareció para siempre de su memoria.

—Montiel es muy rico —dijo.

En verdad, José Montiel no era tan rico como parecía, pero había sido capaz de todo por llegar a serlo. A pocas cuadras de allí, en una casa atiborrada de arneses donde nunca se había sentido un olor que no se pudiera vender, permanecía indiferente a la novedad de la jaula. Su esposa, torturada por la obsesión de la muerte, cerró puertas y ventanas después del almuerzo y yació dos horas con los ojos abiertos en la penumbra del cuarto, mientras José Montiel hacía la siesta. Así la sorprendió un alboroto de muchas voces. Entonces abrió la puerta de la sala y vio un tumulto frente a la casa, y a Baltazar con la jaula en medio del tumulto, vestido de blanco y acabado de afeitar, con esa expresión de decoroso candor con que los pobres llegan a la casa de los ricos.

—Qué cosa tan maravillosa —exclamó la esposa de José Montiel, con una expresión radiante, conduciendo a Baltazar hacia el interior—. No había visto nada igual en mi vida —dijo, y agregó, indignada con la multitud que se agolpara en la puerta—: Pero llévesela para adentro que nos van a convertir la sala en una gallera.

Baltazar no era un extraño en la casa de José Montiel. En distintas ocasiones, por su eficacia y buen cumplimiento, había sido llamado para hacer trabajos de carpintería menor. Pero nunca se sintió bien entre los ricos. Solía pensar en ellos, en sus mujeres feas y conflictivas, en sus tremendas operaciones quirúrgicas, y experimentaba siempre un sentimiento de piedad. Cuando entraba en sus casas no podía moverse sin arrastrar los pies.

—¿Está Pepe? —preguntó.

Había puesto la jaula en la mesa del comedor.

—Está en la escuela —dijo la mujer de José Montiel—. Pero ya no debe demorar. —Y agregó—: Montiel se está bañando.

En realidad José Montiel no había tenido tiempo de bañarse. Se estaba dando una urgente fricción de alcohol alcanforado para salir a ver lo que pasaba. Era un hombre tan prevenido, que dormía sin ventilador eléctrico para vigilar durante el sueño los rumores de la casa.

—Ven a ver qué cosa tan maravillosa —gritó su mujer.

José Montiel —corpulento y peludo, la toalla colgada en la nuca— se asomó por la ventana del dormitorio.

—¿Qué es eso?

—La jaula de Pepe —dijo Baltazar.

La mujer lo miró perpleja.

—¿De quién?

—De Pepe —confirmó Baltazar. Y después dirigiéndose a José Montiel—: Pepe me la mandó a hacer.

Nada ocurrió en aquel instante, pero Baltazar se sintió como si le hubieran abierto la puerta del baño. José Montiel salió en calzoncillos del dormitorio.

—Pepe —gritó.

—No ha llegado —murmuró su esposa, inmóvil.

Pepe apareció en el vano de la puerta. Tenía unos doce años y las mismas pestañas rizadas y el quieto patetismo de su madre.

—Ven acá —le dijo José Montiel—. ¿Tú mandaste a hacer esto?

El niño bajó la cabeza. Agarrándolo por el cabello, José Montiel lo obligó a mirarlo a los ojos.

—Contesta.

El niño se mordió los labios sin responder.

—Montiel —susurró la esposa.

José Montiel soltó al niño y se volvió hacia Baltazar con una expresión exaltada.

—Lo siento mucho, Baltazar —dijo—. Pero has debido consultarlo conmigo antes de proceder. Sólo a ti se te ocurre contratar con un menor. —A medida que hablaba, su rostro fue recobrando la serenidad. Levantó la jaula sin mirarla y se la dio a Baltazar—. Llévatela en seguida y trata de vendérsela a quien puedas —dijo—. Sobre todo, te ruego que no me discutas. —Le dio una palmadita en la espalda, y explicó—: El médico me ha prohibido coger rabia.

El niño había permanecido inmóvil, sin parpadear, hasta que Baltazar lo miró perplejo con la jaula en la mano. Entonces emitió un sonido gutural, como el ronquido de un perro, y se lanzó al suelo dando gritos.

José Montiel lo miraba impasible, mientras la madre trataba de apaciguarlo.

—No lo levantes —dijo—. Déjalo que se rompa la cabeza contra el suelo y después le echas sal y limón para que rabie con gusto.

El niño chillaba sin lágrimas, mientras su madre lo sostenía por las muñecas.

—Déjalo —insistió José Montiel.

Baltazar observó al niño como hubiera observado la agonía de un animal contagioso. Eran casi las cuatro.

A esa hora, en su casa, Úrsula cantaba una canción muy antigua, mientras cortaba rebanadas de cebolla.

—Pepe —dijo Baltazar.

Se acercó al niño, sonriendo, y le tendió la jaula. El niño se incorporó de un salto, abrazó la jaula, que era casi tan grande como él, y se quedó mirando a Baltazar a través del tejido metálico, sin saber qué decir. No había derramado una lágrima.

—Baltazar —dijo Montiel, suavemente—. Ya te dije que te la lleves.

—Devuélvela —ordenó la mujer al niño.

—Quédate con ella —dijo Baltazar. Y luego, a José Montiel—: Al fin y al cabo, para eso la hice.

José Montiel lo persiguió hasta la sala.

—No seas tonto, Baltazar —decía, cerrándole el paso—. Llévate tu trasto para la casa y no hagas más tonterías. No pienso pagarte ni un centavo.

—No importa —dijo Baltazar—. La hice expresamente para regalársela a Pepe. No pensaba cobrar nada.

Cuando Baltazar se abrió paso a través de los curiosos que bloqueaban la puerta, José Montiel daba gritos en el centro de la sala. Estaba muy pálido y sus ojos empezaban a enrojecer.

—Estúpido —gritaba—. Llévate tu cacharro. Lo último que faltaba es que un cualquiera venga a dar órdenes en mi casa. ¡Carajo!

En el salón de billar recibieron a Baltazar con una ovación. Hasta ese momento, pensaba que había hecho una jaula mejor que las otras, que había tenido que regalársela al hijo de José Montiel para que no siguiera llorando, y que ninguna de esas cosas tenía nada de particular.

Pero luego se dio cuenta de que todo eso tenía una cierta importancia para muchas personas, y se sintió un poco excitado.

—De manera que te dieron cincuenta pesos por la jaula.

—Sesenta —dijo Baltazar.

—Hay que hacer una raya en el cielo —dijo alguien—. Eres el único que ha logrado sacarle ese montón de plata a don Chepe Montiel. Esto hay que celebrarlo.

Le ofrecieron una cerveza, y Baltazar correspondió con una tanda para todos. Como era la primera vez que bebía, al anochecer estaba completamente borracho, y hablaba de un fabuloso proyecto de mil jaulas de a sesenta pesos, y después de un millón de jaulas hasta completar sesenta millones de pesos.

—Hay que hacer muchas cosas para vendérselas a los ricos antes que se mueran —decía, ciego de la borrachera—. Todos están enfermos y se van a morir. Cómo estarán de jodidos que ya ni siquiera pueden coger rabia.

Durante dos horas el tocadiscos automático estuvo por su cuenta tocando sin parar. Todos brindaron por la salud de Baltazar, por su suerte y su fortuna, y por la muerte de los ricos, pero a la hora de la comida lo dejaron solo en el salón.

Úrsula lo había esperado hasta las ocho, con un plato de carne frita cubierto de rebanadas de cebolla. Alguien le dijo que su marido estaba en el salón de billar, loco de felicidad, brindando cerveza a todo el mundo, pero no lo creyó porque Baltazar no se había emborrachado jamás. Cuando se acostó, casi a la medianoche, Baltazar estaba en un salón iluminado, donde había mesitas de cuatro puestos con sillas alrededor, y una pista de baile al aire libre, por donde se paseaban los alcaravanes. Tenía la cara embadurnada de colorete, y como no podía dar un paso más, pensaba que quería acostarse con dos mujeres en la misma cama. Había gastado tanto, que tuvo que dejar el reloj como garantía, con el compromiso de pagar al día siguiente. Un momento después, despatarrado por la calle, se dio cuenta de que le estaban quitando los zapatos, pero no quiso abandonar el sueño más feliz de su vida. Las mujeres que pasaron para la misa de cinco no se atrevieron a mirarlo, creyendo que estaba muerto.

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Octubre 29: LA MUJER QUE LLEGABA A LAS SEIS

La mujer que llegaba a las seis

Gabriel García Márquez

La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.

Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios. Hola reina dijo José cuando la vio sentarse. Luego caminó hacia el otro extremo del mostrador, limpiando con un trapo seco la superficie vidriada. Siempre que entraba alguien al restaurante José hacia lo mismo. Hasta con la mujer con quien había llegado a adquirir un grado de casi intimidad, el gordo y rubicundo mesonero representaba su diaria comedia de hombre diligente. Habló desde el otro extremo del mostrador. ¿Qué quieres hoy?-dijo. Primero que todo quiero enseñarte a ser caballero dijo la mujer. Estaba sentada al final de la hilera de sillas giratorias, de codos en el mostrador, con el cigarrillo apagado en los labios. Cuando habló apretó la boca para que José advirtiera el cigarrillo sin encender. –No me había dado cuenta–dijo José.

Todavía no te has dado cuenta de nada–dijo la mujer. El hombre dejó el trapo en el mostrador, caminó hacia los armarios oscuros y olorosos a alquitrán y a madera polvorienta, y regresó luego con las cerillas. La mujer se inclinó para alcanzar la lumbre que ardía entre las manos rústicas y velludas del hombre. José vio el abundante cabello de la mujer, empavonado de vaselina gruesa y barata. Vio su hombro descubierto, por encima del corpiño floreado. Vio el nacimiento del seno crepuscular, cuando la mujer levantó la cabeza, ya con la brasa en los labios.

Estás hermosa hoy, reina dijo José. Déjate de tonterías dijo la mujer. No creas que eso me va a servir para pagarte. No quise decir eso, reina–dijo José. Apuesto a que hoy te hizo daño el almuerzo. La mujer tragó la primera bocanada de humo denso, se cruzó de brazos, todavía con los codos apoyados en el mostrador, y se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante. Tenía una expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar.

Te voy a preparar un buen bistec dijo José. Todavía no tengo plata dijo la mujer.

Hace tres mesas que no tienes plata y siempre te preparo algo bueno dijo José.

Hoy es distinto dijo la mujer, sobriamente, todavía mirando hacia la calle.

Todos los días son iguales dijo José. Todos los días el reloj marca las seis, entonces entras y dices que tienes un hambre de perro y entonces yo te preparo algo bueno. La única diferencia es ésa que hoy no dices que tienes un hambre de perro, sino que el día es distinto.

Y es verdad dijo la mujer. Se volvió a mirar al hombre que estaba del otro lado del mostrador, registrando la nevera. Estuvo contemplándolo durante dos, tres, segundos.

Luego miró el reloj, arriba del armario. Eran las seis y tres minutos. «Es verdad, José, hoy es distinto», dijo. Expulsó el humo y siguió hablando con palabras cortas, apasionadas: “Hoy no vine a las seis, por eso es distinto, José”.

El hombre miró el reloj. Me corto el brazo si ese reloj se atrasa un minuto dijo. No es eso, José. Es que hoy no vine a las seis dijo la mujer. Vine un cuarto para las seis. Acaban de dar las seis, reina dijo José. Cuando tú entraste acababan de darlas.

Tengo un cuarto de hora de estar aquí dijo la mujer. José se dirigió hacia donde ella estaba.

Acercó a la mujer su enorme cara congestionada, mientras tiraba con el índice de uno de sus párpados.

Sóplame aquí dijo. La mujer echó la cabeza hacia atrás. Estaba seria, fastidiosa, blanda; embellecida por una nube de tristeza y cansancio. Déjate de tonterías, José. Tú sabes que hace más de seis meses que no bebo. Eso se lo vas a decir a otro dijo. A mí no. Te apuesto a que por lo menos se han tomado un litro entre dos.

Me tomé dos tragos con un amigo dijo la mujer. Ah; entonces ahora me explico dijo José.

Nada tienes que explicarte dijo la mujer. Tengo un cuarto de hora de estar aquí.

El hombre se encogió de hombros. Bueno, si así lo quieres, tienes un cuarto de hora de estar aquí. Después de todo a nadie le importa nada diez minutos más o diez minutos menos.

Sí importan, José dijo la mujer. Y estiró los brazos por encima del mostrador, sobre la superficie vidriada, con un aire de negligente abandono. Dijo: “Y no es que yo lo quiera, es que hace un cuarto de hora que estoy aquí”. Volvió a mirar el reloj y rectificó: Qué digo; ya tengo veinte minutos.

Está bien, reina dijo el hombre. Un día entero con su noche te regalaría yo para verte contenta. Durante todo este tiempo José había estado moviéndose detrás del mostrador, removiendo objetos, quitando una cosa de un lugar para ponerla en otro. Estaba en su papel.

Quiero verte contenta repitió. Se detuvo bruscamente, volviéndose hacia donde estaba la mujer.

¿Tú sabes que te quiero mucho?-dijo. La mujer lo miró con frialdad.

¿Siii…? ¡Qué descubrimiento, José! ¿Crees que me quedaría contigo por un millón de pesos?

No he querido decir eso, reina dijo José. Vuelvo a apostar a que te hizo daño el almuerzo.

No te lo digo por eso dijo la mujer. Y su voz se volvió menos indolente. Es que ninguna mujer soportaría una carga como la tuya ni por un millón de pesos.

José se ruborizó. Le dio la espalda a la mujer y se puso a sacudir el polvo en las botellas del armario. Habló sin volver la cara. Estás insoportable hoy, reina. Creo que lo mejor es que te comas el bistec y te vayas a acostar.

No tengo hambre dijo la mujer. Se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida. Durante un instante hubo un silencio turbio en el restaurante. Una quietud interrumpida apenas por el trasteo de José en el armario. De pronto la mujer dejó de mirar hacia la calle y habló con la voz apagada, tierna, diferente.

¿Es verdad que me quieres, Pepillo?. Es verdad dijo José, en seco sin mirarla.

¿A pesar de lo que te dije?–dijo la mujer.

¿Qué me dijiste? dijo José, todavía sin inflexiones en la voz, todavía sin mirarla. Lo del millón de pesos dijo la mujer. Ya lo había olvidado dijo José.

Entonces, ¿me quieres? dijo la mujer. Sí dijo José. Hubo una pausa. José siguió moviéndose con la cara revuelta hacia los armarios, todavía sin mirar a la mujer. Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas: ¿Aunque no me acueste contigo? dijo.

Y sólo entonces José volvió a mirarla: Te quiero tanto que no me acostaría contigo dijo.

Luego caminó hacia donde ella estaba. Se quedó mirándola de frente, los poderosos brazos apoyados en el mostrador, delante de ella, mirándola a los ojos.

Dijo: Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo. En el primer instante la mujer pareció perpleja. Después miró al hombre con atención, con una ondulante expresión de compasión y burla. Después guardó un breve silencio, desconcertada. Y después rió, estrepitosamente.

Estás celoso, José. ¡Qué rico, estás celoso! José volvió a sonrojarse con una timidez franca, casi desvergonzada, como le habría ocurrido a un niño a quien le hubieran revelado de golpe todos los secretos.

Dijo: Esta tarde no entiendes nada, reina. Y se limpió el sudor con el trapo. Dijo: La mala vida te está embruteciendo. Pero ahora la mujer había cambiado de expresión. “Entonces no, dijo. Y volvió a mirarlo a los ojos, con un extraño esplendor en la mirada, a un tiempo acongojada y desafiante.

Entonces, no estás celoso. En cierto modo, sí dijo José. Pero no es como tú dices. Se aflojó el cuello y siguió limpiándose, secándose la garganta con el trapo.

¿Entonces?–dijo la mujer. Lo que pasa es que te quiero tanto que no me gusta que hagas eso dijo José.

¿Qué? dijo la mujer. Eso de irte con un hombre distinto todos los días dijo José. ¿Es verdad que lo matarías para que no se fuera conmigo? dijo la mujer.

Para que no se fuera, no dijo José. Lo mataría porque se fuera contigo.

Es lo mismo dijo la mujer. La conversación había llegado a densidad excitante. La mujer hablaba en voz baja, suave, fascinada. Tenía la cara casi al rostro saludable y pacífico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras.

Todo eso es verdad dijo José. Entonces dijo la mujer, y extendió la mano para acariciar el áspero brazo del hombre. Con la otra mano arrojó la colilla. Entonces, ¿tú eres capaz de matar a un hombre? Por lo que te dije, sí dijo José. Y su voz tomó una acentuación casi dramática.

La mujer se echó a reír convulsivamente, con una abierta intención de burla.

¡Qué horror!, José. ¡Qué horror! dijo, todavía riendo. José matando a un hombre. ¡Quién hubiera dicho que detrás del señor gordo y santurrón, que nunca me cobra, que todos los días me prepara un bistec y que se distrae hablando conmigo hasta cuando encuentro un hombre, hay un asesino! ¡Qué horror, José! ¡Me das miedo!

José estaba confundido. Tal vez sintió un poco de indignación. Tal vez, cuando la mujer se echó a reír, se sintió defraudado.

Estás borracha, tonta dijo. Vete a dormir. Ni siquiera tendrás ganas de comer nada. Pero la mujer, ahora había dejado de reír y estaba otra vez seria, pensativa, apoyada en el mostrador. Vio alejarse al hombre. Lo vio abrir la nevera y cerrarla otra vez, sin extraer nada de ella. Lo vio moverse después hacia el extremo opuesto del mostrador. Lo vio frotar el vidrio reluciente, como al principio. Entonces la mujer habló de nuevo, con el tono enternecedor y suave de cuando dijo: ¿Es verdad que me quieres, Pepillo? José dijo. El hombre no la miró.

¡José! Vete a dormir dijo José. Y métete un baño antes de acostarte para que se te serene la borrachera.

En serio, José dijo la mujer. No estoy borracha. Entonces te has vuelto bruta dijo José.

Ven acá, tengo que hablar contigo dijo la mujer.

El hombre se acercó tambaleando entre la complacencia y la desconfianza.

¡Acércate! El hombre volvió a pararse frente a la mujer. Ella se inclinó hacia adelante, lo asió fuertemente por el cabello, pero con un gesto de evidente ternura.

Repíteme lo que me dijiste al principio dijo. ¿Qué? dijo José. Trataba de mirarla con la cabeza agachada asido por el cabello. Que matarías a un hombre que se acostara conmigo dijo la mujer.

Mataría a un hombre que se hubiera acostado contigo, reina. Es verdad dijo José.

La mujer lo soltó. ¿Entonces me defenderías si yo lo matara? dijo, afirmativamente, empujando con un movimiento de brutal coquetería la enorme cabeza de cerdo de José. El hombre no respondió nada; sonrió. Contéstame, José dijo la mujer. ¿Me defenderías si yo lo matara?

Eso depende dijo José. Tú sabes que eso no es tan fácil como decirlo. A nadie le cree más la policía que a ti dijo la mujer.

José sonrió, digno, satisfecho. La mujer se inclinó de nuevo hacia él, por encima del mostrador. Es verdad, José. Me atrevería a apostar que nunca has dicho una mentira dijo.

No se saca nada con eso dijo José. Por lo mismo dijo la mujer. La policía lo sabe y te cree cualquier cosa sin preguntártelo dos veces. José se puso a dar golpecitos en el mostrador, frente a ella, sin saber qué decir. La mujer miró nuevamente hacia la calle. Miró luego el reloj y modificó el tono de su voz, como si tuviera interés en concluir el diálogo antes de que llegaran los primeros parroquianos.

¿Por mí dirías una mentira, José? dijo. En serio. Y entonces José se volvió a mirarla, bruscamente, a fondo, como si una idea tremenda se le hubiera agolpado dentro de la cabeza. Una idea que entró por un oído, giró por un momento, vaga, confusa, y salió luego por el otro, dejando apenas un cálido vestigio de pavor.

¿En qué lío te has metido, reina? dijo José. Se inclinó hacia adelante, los brazos otra vez cruzados sobre el mostrador. La mujer sintió el vaho fuerte y un poco amoniacal de su respiración, que se hacía difícil por la presión que ejercía el mostrador contra el estómago del hombre.

Esto sí es en serio, reina. ¿En qué lío te has metido? dijo. La mujer hizo girar la cabeza hacia el otro lado. En nada dijo. Sólo estaba hablando por entretenerme.

Luego volvió a mirarlo.

¿Sabes que quizás no tengas que matar a nadie?. Nunca he pensado matar a nadie dijo José desconcertado. No, hombre dijo la mujer. Digo que a nadie que se acueste conmigo.

¡Ah! dijo José. Ahora sí que estás hablando claro. Siempre he creído que no tienes necesidad de andar en esa vida. Te apuesto a que si te dejas de eso te doy el bistec más grande todos los días, sin cobrarte nada.

Gracias, José dijo la mujer. Pero no es por eso. Es que ya no podré acostarme con nadie.

Ya vuelves a enredar las cosas–dijo José. Empezaba a parecer impaciente.

No enredo nada–dijo la mujer. Se estiró en el asiento y José vio sus senos aplanados y tristes debajo del corpiño. Mañana me voy y te prometo que no volveré a molestarte nunca.

Te prometo que no volveré a acostarme con nadie.

¿Y de dónde te salió esa fiebre? dijo José. Lo resolví hace un rato dijo la mujer. Sólo hace un momento me di cuenta de que eso es una porquería. José agarró otra vez el trapo y se puso a frotar el vidrio, cerca de ella. Habló sin mirarla. Dijo: Claro que como tú lo haces es una porquería. Hace tiempo que debiste darte cuenta.

Hace tiempo me estaba dando cuenta dijo la mujer. Pero sólo hace un rato acabé de convencerme. Les tengo asco a los hombres. José sonrió. Levantó la cabeza para mirar, todavía sonriendo, pero la vio concentrada, perpleja, hablando, y con los hombros levantados; balanceándose en la silla giratoria, con una expresión taciturna, el rostro dorado por una prematura harina otoñal.

¿No te parece que deben dejar tranquila a una mujer que mate a un hombre porque después de haber estado con él siente asco de ése y de todos los que han estado con ella?

No hay para qué ir tan lejos dijo José, conmovido, con un hilo de lástima en la voz. ¿Y si la mujer le dice al hombre que le tiene asco cuando lo ve vistiéndose, por qué se acuerda que ha estado revolcándose con él toda la tarde y siente que ni el jabón ni el estropajo podrán quitarle su olor?

Eso pasa, reina dijo José, ahora un poco indiferente, frotando el mostrador. No hay necesidad de matarlo. Simplemente dejarlo que se vaya. Pero la mujer seguía hablando y su voz era una corriente uniforme, suelta, apasionada.

¿Y si cuando la mujer le dice que le tiene asco, el hombre deja de vestirse y corre otra vez para donde ella, a besarla otra vez, a…? Eso no lo hace ningún hombre decente dijo José.

¿Pero, y si lo hace? dijo la mujer, con exasperante ansiedad. ¿ Si el hombre no es decente y lo hace y entonces la mujer siente que le tiene tanto asco que se puede morir, y sabe que la única manera de acabar con toda eso es dándole una cuchillada por debajo?

Esto es una barbaridad dijo José. Por fortuna no hay hombre que haga lo que tú dices.

Bueno dijo la mujer, ahora completamente exasperada. ¿Y si lo hace? Suponte que lo hace.

De todos modos no es para tanto–dijo José. Seguía limpiando el mostrador, sin cambiar de lugar, ahora menos atento a la conversación.

La mujer golpeó el vidrio con los nudillos. Se volvió afirmativa, enfática. Eres un salvaje, José dijo. No entiendes nada. Lo agarró con fuerza por la manga. Anda, di que sí debía matarlo la mujer. Está bien dijo José, con un sesgo conciliatorio. Todo será como tú dices.

¿Eso no es defensa propia? dijo la mujer, sacudiéndole por la manga. José le echó entonces una mirada tibia y complaciente. “Casi, casi”, dijo. Y le guiñó un ojo, en un gesto que era al mismo tiempo una comprensión cordial y un pavoroso compromiso de complicidad. Pero la mujer siguió seria; lo soltó.

¿Echarías una mentira para defender a una mujer que haga eso? dijo.

Depende dijo José. ¿Depende de qué? dijo la mujer. Depende de la mujer dijo José.

Suponte que es una mujer que quieres mucho dijo la mujer. No para estar con ella, ¿sabes?, sino como tú dices que la quieres mucho. Bueno, como tú quieras, reina dijo José, laxo, fastidiado.

Otra vez se alejó. Había mirado el reloj. Había visto que iban a ser las seis y media. Había pensado que dentro de unos minutos el restaurante empezaría a llenarse de gente y tal vez por eso se puso a frotar el vidrio con mayor fuerza, mirando hacia la calle a través del cristal de la ventana. La mujer permanecía en la silla, silenciosa, concentrada, mirando con un aire de declinante tristeza los movimientos del hombre. Viéndolo, como podría ver un hombre una lámpara que ha empezado a apagarse. De pronto, sin reaccionar, habló de nuevo, con la voz untuosa de mansedumbre.

¡José! El hombre la miró con una ternura densa y triste, como un buey maternal. No la miró para escucharla, apenas para verla, para saber que estaba ahí, esperando una mirada que no tenía por qué ser de protección o de solidaridad. Apenas una mirada de juguete. Te dije que mañana me voy y no me has dicho nada dijo la mujer.

Si dijo José. Lo que no me has dicho es para donde. Por ahí dijo la mujer. Para donde no haya hombres que quieran acostarse con una. José volvió a sonreír.

¿En serio te vas? preguntó, como dándose cuenta de la vida, modificando repentinamente la expresión del rostro. Eso depende de ti dijo la mujer. Si sabes decir a qué hora vine, mañana me iré y nunca más me pondré en estas cosas. ¿Te gusta eso? José hizo un gesto afirmativo con la cabeza, sonriente y concreto. La mujer se inclinó hacia donde él estaba.

Si algún día vuelvo por aquí, me pondré celosa cuando encuentre otra mujer hablando contigo, a esta hora y en esa misma silla. Si vuelves por aquí debes traerme algo dijo José.

Te prometo buscar por todas partes el osito de cuerda, para traértelo dijo la mujer.

José sonrió y pasó el trapo por el aire que se interponía entre él y la mujer, como si estuviera limpiando un cristal invisible. La mujer también sonrió, ahora con un gesto de cordialidad y coquetería. Luego el hombre se alejó, frotando el vidrio hacia el otro extremo del mostrador.

¿Qué? dijo José, sin mirarla. ¿Verdad que a cualquiera que te pregunta a qué hora vine le dirás que a un cuarto para las seis? dijo la mujer. ¿Para qué? dijo José, todavía sin mirarla y ahora como si apenas la hubiera oído.

Eso no importa dijo la mujer. La cosa es que lo hagas. José vio entonces al primer parroquiano que penetró por la puerta oscilante y caminó hasta una mesa del rincón. Miró el reloj. Eran las seis y media en punta.

Está bien, reina dijo distraídamente. Como tú quieras. Siempre hago las cosas como tú quieras.

Bueno dijo la mujer. Entonces, prepárame el bistec. El hombre se dirigió a la nevera, sacó un plato con carne y lo dejó en la mesa. Luego encendió la estufa.

Te voy a preparar un buen bistec de despedida, reina dijo. Gracias, Pepillo dijo la mujer.

Se quedó pensativa como si de repente se hubiera sumergido en un submundo extraño, poblado de formas turbias, desconocidas. No se oyó, del otro lado del mostrador, el ruido que hizo la carne fresca al caer en la manteca hirviente. No oyó, después, la crepitación seca y burbujeante cuando José dio vuelta al lomillo en el caldero y el olor suculento de la carne sazonada fue saturando, a espacios medidos, el aire del restaurante. Se quedó así, concentrada, reconcentrada hasta cuando volvió a levantar la cabeza, pestañeando, como si regresara de una muerte momentánea. Entonces vio al hombre que estaba junto a la estufa, iluminado por el alegre fuego ascendente.

Pepillo. Ah. ¿En qué piensas? dijo la mujer. Estaba pensando si podrás encontrar en alguna parte el osito de cuerda dijo José.

Claro que sí dijo la mujer. Pero lo que quiero que me digas es si me darás toda lo que te pidiera de despedida.

José la miró desde la estufa. ¿Hasta cuándo te lo voy a decir? dijo. ¿Quieres algo más que el mejor bistec? Sí dijo la mujer.¿Qué? dijo José.

Quiero otro cuarto de hora. José echó el cuerpo hacia atrás, para mirar el reloj. Miró luego al parroquiano que seguía silencioso, aguardando en el rincón, y finalmente a la carne, dorada en el caldero. Sólo entonces habló.

En serio que no entiendo, reina dijo. No seas tonto, José dijo la mujer. Acuérdate que estoy aquí desde las cinco y media.

La mujer que llegaba a las seis

NOTA: Recuerden leer los comentarios de Menton sobre este cuento, al final del PDF.

18 comments

  • pptak (15 years)

    El cuento La Prodigiosa Tarde de Baltazar es un cuento bueno pero muy confuso. Baltazar es un carpintero quien ha hecho la jaula mas bella de todo el mundo y un doctor quiere comprarla pero Baltazar no lo vendra porque ya esta vendido. Pero en este cuento Baltazar da la jaula a un nino sin dinero que es muy interesante. Este cuento el hombre es muy religiosa y parece como un hombre muy bueno pero este cambia en el fin. En el fin Baltazar emboracha mucho y suena de dos chicas cuando el esta casado. Tambien el da la jaula a un hombre rico cuando pudo vender la a un hombre rico para dinero.
    Este cuento es muy confuso porque es dificil para entender que tipo de hombre es Baltazar. En el principio pense que el es un hombre muy religiosa y buena pero en el fin no se qu tipo de hombre es Baltazar. El cambia mucho en el fin y no se exactamente porque. El autor tambien habla de socialismo y la division de ricos y pobres, cual pienso que este es muy importante. Baltazar es un hombre pobre y trabaja para ricos pero no venrda su jaula mas bella del mundo para mucho dinero. En cambio, el dalo sin dinero cuando vale mucho dinero. Este cuento es muy intersante pero tambien muy confuso. Es dificil para ver que lado el autor tiene porque Baltazar cambia mucho en el fin despues de dar la jaula al rico. Pienso que es un cuento muy bueno pero muy complicado.

  • wamanda (15 years)

    La Prodigiosa Tarde de Baltazar
    Este cuento fue un poco facil leer y me gusta la longitud de ello.
    Pienso que Baltazar es un artista y como muchos artistas, él se consume por su trabajo. Hay un línea entre de dedicación y locura pero tiene partes gris.
    He escuchado el nombre Balthazar antes de este cuento y quería saber el significado. En la historia de Jesús, Balthazar es uno de los tres hombres sabios. Tambien, nuestro protagonista es un carpintero como Jesus. Así, este cuento tiene un tema religioso también.
    Es interesante que la palabra por un “cage” ser Jaula y la palabra por un “classroom” es aula. Para mí, los dos son sinónimos. ¿Es una posibilidad que podría ser un símbolo algo?

  • jjaimes (15 years)

    Como Preston, yo tambien estoy un poco confundida de que tipo de persona es Baltazar. El es religioso primero y despues puede decir que el no es simpatico ni antipatico pero que el es inteligente. Baltazar no tiene mucho dinero pero tiene algo que les gustan a los ricos; la jaula mas bella del mundo.

    Y me gusta la pregunta de Amanda.. la diferencia entre “jaula” y “aula”. Puede ser que una aula es como una jaula porque los estudiantes pasan mucho tiempo aqui para aprender cosas que dice la sociedad que es importante. No son libres de pensar afuera de la “aula” ni “jaula”. Son atrapadas de las ideas de la sociedad.

    Otro idea que es diferente de los otros cuentos es la presencia de las mujeres. Es como la mujer moderna quien prepara la comida y plancha la ropa. La mujer ahora tiene la parte de “la madre” en vez de la tierra.

  • rgelin (15 years)

    Este cuento fue facil a leer pero un poco dificil a entender la idea. Estoy de acuerdo con mis companeros cuando dicen que no sabemos que tipo de persona es Baltazar. Si ha hecho la jaula mas bella del mundo, pero no se porque este jaula es de importancia. Creo que es sobre la independencia y que la jaula de Baltazar no es por loros. No se que son los turpiales. Es un animal? No se. Tambien no estoy seguro que occurio con el nino. Que ha hecho que fue malo? Creo que este cuento es un poco extrano porque es sobre una jaula, pero me gusta mucho la longitud de ello como Amanda. Si la mujer es representada como ama de casa y tiene voz en este cuento. En unos partes ella le dice a Baltazar cuanto debe cuesta la jaula y Baltazar escucha. Creo que esto es el primer cuento donde la mujer tiene voz aceptada.

  • elizabethnostrant (15 years)

    En general me gustó este cuento. Me interesa mucho la idea de Baltazar de engañar a los ricos. Una cosa que no entiendo es el cambio rápido de la personalidad de Baltazar. Yo sé que él es muy emocionado que ha ganado sobre los ricos pero no pensaría que eso cambaría completamente las acciones normales de alguien.
    Otra cosa que quiero destacar es la voz de su mujer, Úrsula. Ella participa activamente en la vida y también en los negocios de su marido. Es interesante que ella pueda estar al lado de Baltazar en vez de tener que ocultarse detrás. Al principio y a través del cuento parece que comparten una relación casi igual, por lo tanto no entiendo el pensamiento de Baltazar de ir a la cama con dos mujeres que apenas conoce.

  • cmiles (15 years)

    El cuento “La Prodigiosa Tarde de Baltazar” es sobre la lucha de poder entre un hombre rico e influyente (José Montiel) en el pueblo y un hombre pobre pero con talento (Baltazar). Baltazar gana su dinero haciendo su profesión como un carpintero. Entre ellos en la pirámide social del pueblo, es Dr. Giraldo.
    Estoy de acuerdo con Amanda por el aspecto religioso en el cuento. Sabemos que Baltazar es un carpintero como Jesús y pienso que hay algunas aspectos del tema de sacrificar. Podemos ver el sacrificio en el acto cuando Baltazar se regala la jaula a Pepe. Esto me interesa mucho porque la jaula es la más bella del mundo, sin embargo, no se venda para el dinero que se vale. Pienso que la jaula tiene mucho valor pero no entendía porque Baltazar no se vende para el dinero. En relación de esto, me gusta que el hombre pobre (Baltazar) pudiera tener riqueza si venderá a su jaula, pero no se vende. Es como podía tener el dinero, pero se niega. Creo que podemos ver perfectamente que tipo de persona es el carácter de Baltazar. Él es un hombre no tan rico, pero es una persona buena con generosidad y sinceridad. Además, encontramos como en cuentos pasados, que los hombres pobres, son ricos de alma o el espíritu. Es como que ellos faltan en dinero, compensar en algo más importante en la vida.
    En mi opinión, las mujeres en este cuento tienen más significado porque la mujer de Baltazar tiene un nombre (Úrsula). En cuentos pasados, encontramos que muchas mujeres no tenían nombres, por no tener mucha importancia. Estamos acostumbrados que las mujeres no tienen papeles afuera de la casa de limpiar y cuidad a los niños.

  • cmomine (15 years)

    Me gusta mucho este cuento y he leído antes para una clase diferente, pero ya fue hace mucho tiempo. Esta historia trata de dinero, la imagen y los deseos personales. Por un lado Baltazar podría haber vendido la jaula a otra persona y podria recibido una gran cantidad de dinero para ello, sino que era un hombre bueno para guardarlo al niño. Pero cuando su padre no pagó, aún actuaba como si lo hizo porque no quería que la gente del pueblo a tener malos pensamientos.

  • swarren (15 years)

    Pienso que el cuento es lleno de simbología y Marqúez es muy inteligente cuando representa Baltazar como un hombre bueno. En domingo hablamos sobre la manera en que él compró la jaula, y como en el fin del cuento cuando dijo sobre como ser un cristiano o algo como esto. La simbología que se remito es la manera que “la jaula es como una fábrica de hielo”. Hay muchas vistas a esta metáfora. A mi esta metáfora representa como Baltazar es un hombre muy frío y en realidad no es un cristiano como dice en el empiezo del cuento. Es posible que el cuento demuestra Baltazar en una luz muy buena, pero con sus acciones a lo largo del cuento en perspectiva no creo que es posible.

  • jlangma (15 years)

    Pienso que el símbolo de la jaula es muy importante en comentar sobre las relaciones de clases socioeconómicas en este cuento. Al principio, no es claro el propósito de la jaula pero la repetición de la palabra “jaula” trae atención al uso o simbolismo de ella. La jaula como prisión gira en la mente pero ¿para qué o quién es esta jaula? A través de observaciones de Úrsula en cuánto tiempo Baltazar ha pasado en construir la jaula, el lector sabe que es una cosa en que ha gastado tanto tiempo que descuida su apariencia. Luego cuando la pareja discuta el precio, es obvio que la construcción de jaulas y la carpintería es el trabajo de Baltazar. Con esta información, el lector sabe que el sueldo para Baltazar y Úrsula viene de jaulas. Veo la jaula como una prisión de Baltazar en el sentido socioeconómico porque sin ella, no tiene dinero. En otras palabras, Baltazar es prisionero del dinero y el trabajo. La ocupación de construir jaulas representa ese estado de prisionero en un sentido muy literal.

    La importancia de dar la jaula al hijo Montiel contra los deseos del don Montiel muestra la fractura en la jerarquía socioeconómica. En no seguir los deseos de don Montiel, Baltazar hace su propia rebeldía contra un rico para que ha trabajado en el pasado. En la acción de dar la jaula a otra persona, Baltazar rechaza su posición en ser prisionero al dinero. Gana su libertad en un sentido porque no perpetúa las normas sociales. Su borrachera también muestra esta nueva libertad que ha ganado especialmente porque nunca antes ha estado borracho.

    Esta libertad sigue el modelo del movimiento literario según Menton en un sentido. Él dice que el neorrealismo es “una literatura menos libresca y más comprometida” (12). Este cuento muestra una libertad pero a la vez es una libertad temporaria (probablemente), así el tema es más difícil aceptar.

  • stettkt (15 years)

    Hay la cuestión si Baltazar es una buena persona o es un verdadero cristiano. Quizás es posible que el autor intento que Baltazar aparezca bueno porque ser carpintero es un símbolo de Jesús, pero hay que analizar lo que pasa en el cuento. Para hacer eso, explico algo que me ayuda mucho. Podemos considerar todo lo bueno como regalar y todo lo malo como robar. Pensamos en dos ejemplos extremos. El acto más alto de ser bueno es sacrificar la vida para otra persona, como un agente del servicio secreto que se muere para proteger al presidente, como un soldado noble que se muere en una guerra, o como Cristo, quien se murió para salvar a todos (si hablamos de cristianismo). Por otro lado, los crímenes peores, el homicidio, la violación, la esclavitud, son formas de robar, robando la vida, la sexualidad/inocencia, la libertad, respectivamente.
    Si estás de acuerdo con esos conceptos, podemos aplicarles al cuento. ¿Que regala Baltazar? claro la jaula al chico, pero solamente para satisfacerlo y hacerlo callar. Menton sostiene que “se deja robar los zapatos como acto de verdadero cristianismo” ya después de no tener nada de las posesiones materiales (dinero, reloj, jaula)… Puedo entender lo que quiere decir Menton, pero si se aplica lo que explique, Baltazar no es bueno en este caso porque permite que robarle. Si hubiera regalado sus zapatos, entonces habría sido bueno. Todavía, simplemente es otro ejemplo de Menton diciendo como quiera.
    Por fin, probar si Baltazar es bueno sería algo más extensivo. Quise construir estas ideas para mostrar las interpretaciones fracasada de Menton otra vez.

  • albryan (15 years)

    Estoy de acuerdo con todos mis companeros en algunas maneras pero quiero continuar con sus ideas. En este cuento, es muy obvio que la religion tiene un rol importante como las criticas sociales. Pienso que caben juntos porque cuando alguien se permite una institution para controlar o dirigir su vida, a mi me imagino en una jaula o caja, separado de las cosas fuera de mis creencias o lo que sea que nos captura en esta ideologia como una religion, etc. Estas ideas de la jaula y la religion y las clases sociales son extremamente corrientes por el cuento y pienso que los cambios en el personaje de Baltazar es una manera grande que Marquez representa sus opiniones sobre como una institucion como la construccion social o la importancia del dinero puede afectar una persona que se permite o se cree algo. Es un poco dificil explicar y hay demasiadas cosas considerar pero me gusta un cuento asi que el lector puede ver y traducir en maneras multiples interesantes.

  • swarren (14 years)

    La mujer que llegaba a las seis. No entiendo mucho del cuento. Pienso que es sobre el amor entre la mujer y José. Otra vez como en La prodigiosa tarde de Baltazar dicen sobre dinero, y como afecta sus relaciones. Hay borrachos en esto cuento también. Espero que en clase el cuento seré un poco más claro.

  • elizabethnostrant (14 years)

    La mujer que llegaba a las seis. Mientras leía el cuento quería saber y entender la importancia o sea el simbolismo de el tiempo (la hora de las 6). Todavía no lo entiendo muy bien. Parece que hay un malentendido o una confusión entre José y la mujer en cuanto al tiempo.
    Me interesa mucho la relación entre los dos y creo que este cuento es el primer donde la mujer tiene poder. Me interesa que ella tiene el apodo de “reina” y que José siempre prepara un bistec para ella. A través de la historia ella intenta de ganar control sobre José cuando quiere saber si la defenderías en ciertas situaciones o si él mataría a un hombre para ella. Es como un juego para la mujer y muestra que tiene un poco de poder.
    En general me gustó este cuento y el dialogo entre los dos fue entretenido pero no entiendo el mensaje principal o cual es la importancia de la hora seis.

  • jfrake (14 years)

    Me ENCANTA el cuento de la mujer que llegaba a las seis! Cuando lei, yo senti como estaba mirando una pelicula de Alfred Hitchcock – los personajes son bastante raros. Por ejemplo, no entendi totalmente que ella es prostituta hasta que el fin. Es interesante a mi que los dos justifican el homicidio – simplimente porque no les gustan su vida y practicas. Pregunto si ella comenzo a comer en el restaurante del gordo con la intencion de matar el hombre en el future, sabiendo que esta enamorada con ella, y podria hacer excusa con la policia??

  • cmiles (14 years)

    El cuento de “La mujer que llegaba a las seis” me parece bastante fácil para leer. Me gusta el elemento de misterio y como el autor se utilice ello para llenar tu cabeza con ideas sobre lo que podría pasar. Pienso con este elemento de misterio, el lector se pone curioso y con esto, empiece muchos pensamientos con la relación entre José y la mujer (Reina). Durante todo el cuento, estaba pensando en quien era esta mujer y porque mencionaba el tiempo tanto. La cosa que no estaba segura en fue sobre la relación entre José y Reina y cuanto tiempo desde conocían. Dice en el cuento básicamente que José está enamorado con Reina, y que lo que tenía que hacer para ella, iba hacer. Continuando con esta sentimiento, pienso que podemos ver el tema de pasión por lo que sentía José por esta mujer. En relación con los temas, creo que lo de tiempo es obviamente clara, y también lo de crimen.
    He leído una parte en el cuento que no si tiene significado de algo, pero creo que es importante y habla del olor de la mujer. Creo que ella es una prostituta porque habla de su olor diciendo… “Ni el jabón ni el estropajo podrán quitarle su olor”. Esto puede significar la manera de cómo las personas en la sociedad vean una persona de esta profesión. Pienso que es como puede intentar a esconder como su identidad pero, en al fin, nada se puede esconder. Algo que me interesa mucho es que el autor solo habla de estas dos personas y no de otras personas en el restaurante. Quería saber si había otras personas con ellos y si había, si estaban mirando a la Reina o en qué manera. Había muchas cosas en el cuento tenia curiosidad sobre, pero creo que el autor quiere que encuentras para tu mismo como está representado para ti y solo necesitas poner todo junto para entenderlo.

  • pptak (14 years)

    La mujer que llegaba a las seis para mi es un cuento facil para leer pero tiene muchas aspectos muy confuso. Durante el cuento no entiendo quien es esa mujer y porque ella esta hablando con jose, y porque ella lo quiere a matar un hombre. Tambien que significa la hora porque jose siempre dice que la mujer necesita ir a las seis. Pienso que el tiempo escribe un accion repetitiva porque la mujer entra el restaurante todos los dias y necesita ir a las seis. Pienso que el hora es muy importante en este cuento porque cuando hablan de matar un hombre por acostar con la mujer, solo tarda hasta las seis. Pienso que el hora de seis es el tiempo que tiene la mujer para convencer jose a matar un hombre.
    Un otra cosa que realice es el mostrador que no parece importante pero pienso que si. Pienso que el mostrador es la linea entre que Jose hara y que no hara. Nunca cruza el mostrador y en el fin no mata el hombre. La mujer trata de convencer Jose pero nunca cruza el mostrador y no mata el hombre. Y el autor siempre habla del mostrador como, “La mujer se inclino de nuevo hacia el, por encima del mostrador”. El autor describe el mostrador como es un linea entre la mujer y Jose y solo pueden cruzarlo si Jose mata el hombre.
    Un otra cosa es que la mujer no tiene un nombre y pienso que este es un relacion de poder. La mujer intenta a usar su cuerpo para enganar Jose a matar un hombre. Tambien pienso que este es un ejemplo de un mujer pediendo algo de un hombre. Parece que esta mujer necesita algo y intenta a usar Jose con sexo. Este es un ejemplo de poder porque la mujer va a acostar con Jose si el mata un hombre y ella usa su cuepro para hacer este.

  • jlangma (14 years)

    La Mujer

    En este cuento, veo la ambivalencia de José hacia la mujer y su estado de tener obedecer a los hombres. José sólo parece querer la mujer cuando ella está triste o seria: cuando ella más representa su estado de mujer vendida o prostituta. Al principio, él habla con ella en una manera de coquetería y gusto. También, él observa la apariencia física de la mujer. Pero, cuando ella habla de cambiar su vida, de matar a un hombre, de las realidades feas de ser atada a una profesión que explota a sí misma, José cambia su actitud a la mujer. Él se hace impaciente, indiferente, laxo, fastidiado. En un instante José dice “no hay hombre que haga lo que tú dices” (7). Así él parece cambiar su actitud de atención (en la física) a inatención (a la conversación).

    Pienso también que él explota a ella en una manera sexual pero menos obvia. Este tema gira alrededor de ella siendo prostituta. Se puede leer el hambre en el cuento como hambre sexual, o pasión sexual. La mujer dice que no tiene hambre, así ella no tiene deseos sexuales probablemente porque es prostituta y se cansa de la vida explotada por el sexo. José sugiere muchas veces que la quiere, pero no es muy claro en qué manera. Varias veces mira la apariencia física de la mujer: los senos y los hombros. Y quiere darla de comer un bistec. Aunque que ella dice que no tiene hambre, José sigue ofreciendo el bistec (símbolo macho/masculino) y clarifica que no será un cobre para la comida. Así, él desea a la mujer sexualmente como los hombres que se acuestan con ella, pero el pagamiento de José es distinto. Refuerza esta mujer como objeto sexual.

    La ambivalencia de José es reforzada cuando él pregunta qué más la mujer podría querer que un bistec (9).

    También no estoy segura si la mujer ha matado a alguien, tiene planes a hacerlo, o va a matar a sí misma.

  • jfrake (14 years)

    Baltazar

    Me gusta el cuento y su estilo, aunque es un poco dificil a entender lo que paso en realidad. Yo entiendo que Baltazar trabajan tan duro para hacer la jaula la mas bonita de todas.

    No entiendo porque no da la jaula a la mujer enferma del doctor, porque dice que ella siempre piensa en la muerte. Baltazar explica que el hijo pido la jaula, aunque sus padres no lo permiten y el carpintero no acepta dinero ni gracias.

    En clase, discutimos que hay un declaracion en la accion de Baltazar. Para comenzar, no hace lo que quiere su esposa – tomar el dinero para la jaula y trabaja bastante para ganar dinero. Mas alla, hace lo opuesto de quiere el padre, como un declaracion or simbolo del clase bajo a la clase rica. De verdad, no entiendo totalmente que significa, pero es algo.

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